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De Baraguá, Maceo y la trascendencia de una protesta
Desde Lunes 15 Marzo 2021
Hasta Martes 16 Marzo 2021
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A fines del año 1877 la situación en el campo insurrecto en varias regiones del país, de aquellas que se habían alzado en armas entre 1868 y 1869, no resultaba nada halagüeña.

Diez años de dura lucha contra un enemigo superior en armamentos y condiciones materiales; la falta casi crónica de pertrechos de guerra, producto de una emigración en el exterior prácticamente inoperante, sumida en profundas divisiones y enfrentamientos; la desaparición física, a lo largo de la contienda, de figuras de altísima radicalidad y pensamiento revolucionario que no siempre fueron sustituidas por hombres de igual relieve y entrega a la causa independentista; la exacerbación de fenómenos como el caudillismo y el regionalismo, fatales para la unidad y el concierto de las fuerzas liberadoras; así como la agudización de tensiones raciales y clasistas, y la reaparición del anexionismo; fueron algunos de los elementos que condujeron a la Guerra Grande a una profunda crisis que se evidenciaría del todo insalvable.    

Si a las cuestiones anteriores se suma el arribo a la Cuba, a fines de 1876, del nuevo gobernador español Arsenio Martínez Campos, quien llegaba dispuesto a terminar con la insurrección cubana de una vez por todas, con la puesta en práctica de un plan que desarrolló en dos terrenos: el estrictamente militar y el ideológico, que incluía la aplicación de una serie de medidas dirigidas a quitar el sentido a la Revolución, y a sacar partido del agotamiento natural y las crisis internas por las que atravesaba el proceso liberador, se entienden perfectamente las razones por las cuales se firmaba, el 10 de febrero de 1878, el Pacto del Zanjón: una paz sin independencia ni abolición de la esclavitud, los dos objetivos fundamentales que habían guiado la Guerra de los Diez Años.

No obstante, no todo el campo insurrecto se encontraba en situación tan precaria, en Oriente, las fuerzas mambisas que operaban en las jurisdicciones de Santiago de Cuba, Guantánamo y Baracoa, al mando del general Antonio Maceo, se hallaban en posición de continuar batiendo al enemigo.

Mientras que en otras regiones se discutían las bases del Zanjón, en los meses de enero y febrero el “Titán de Bronce” obtenía algunos de sus triunfos más relevantes en la guerra: el combate de la Llanada de Juan Mulato, el combate de Tibisí, y la aplastante victoria sobre el famoso batallón español de “San Quintín”, en la zona de San Ulpiano, donde los colonialistas lamentaron más de doscientas cuarenta bajas.

Ello, junto a otros elementos como la coherencia clasista de las tropas del “Titán”, la férrea disciplina y unidad establecida por su jefe, junto a las cualidades revolucionarias de Maceo, expresadas en su máxima radicalidad, explican las razones por las cuales las fuerzas bajo el mando del héroe santiaguero asumieron una actitud de rechazo absoluto al Pacto del Zanjón.

Sobre lo acontecido aquel día en Mangos de Baraguá, y el diálogo establecido entre Maceo y Martínez Campos, mucho se ha escrito y representado, incluso en el cine, donde destaca la actuación, en Baraguá, de un Mario Balmaseda, que aún estremece al pronunciar aquel “¡No, no nos entendemos!”, frase que ha quedado recogida como símbolo de la intransigencia revolucionaria maceísta, y su decisión de continuar la lucha por la independencia.

Aunque, dicho sea de paso, no fueron el general español y el general mambí los únicos en hacer uso de la palabra ese día. Hay que recordar que en apoyo de Maceo se encontraban algunas de las figuras de mayor relevancia en la guerra, o que luego tendrían un desempeño significativo en las contiendas por venir, como Manuel de Jesús Calvar, Vicente García –que si bien no se hallaba dentro del grupo de oficiales protestantes, se encontraba con sus tropas en los alrededores, protegiendo el sitio de la entrevista-, Guillermón Moncada, etc. Fue precisamente Calvar quien resumió la posición cubana al expresar: “Puesto que no podemos conseguir la independencia, ni los esclavos su libertad, tampoco debemos aceptar el convenio por que nos deshonramos”, con lo cual se refería, por supuesto, al grupo de revolucionarios allí presentes, pero de manera simbólica, también al resto de los combatientes cubanos, de ahí que no resulte vana la afirmación de que, con la Protesta de Baraguá, se salvó la moral y honra del pueblo de Cuba.

Justo es recordar en estas líneas una actitud similar adoptada frente al Zanjón por otro patriota digno, Ramón Leocadio Bonachea, quien también protestó contra el pacto en abril de 1879, en lo que se conoce como la Protesta del Jarao.

Sobre la trascendencia histórica de la Protesta de Baraguá, y las lecciones que dejó para el futuro se podrían escribir infinidad de páginas, que irían desde la irreverente actitud asumida por Maceo, hasta el precedente que resultó la Constitución redactada en el sitio, luego de la entrevista, de la cual poco se habla, para los posteriores intentos independentistas. Sin embargo, se quieren significar cuatro cuestiones que se consideran fundamentales.

La primera ya se mencionó, y resulta el valor simbólico del hecho, no solamente para los tiempos inmediatamente posteriores, sino para la historia de Cuba en general. Baraguá devino ejemplo del afán del cubano por alcanzar su independencia, de la intransigencia revolucionaria de Antonio Maceo, de la fuerza de un ideal cuando se considera justo y, tal como se apuntó en otro lugar de este artículo, salvó la honra y moral de un pueblo entero.

Por otra parte, Baraguá queda como recordatorio de la actitud a asumir frente a proposiciones deshonrosas, que no marchen en el sentido del sentimiento nacional de independencia, y que incluyan el olvido de la historia y el devenir histórico de la Isla, como proponía el Convenio del Zanjón en uno de sus puntos: “olvido de lo pasado” entre cubanos y españoles. Un pasado glorioso que, como los mambises de ayer, no podemos olvidar los cubanos de hoy.

También representa lo ocurrido en Mangos de Baraguá, la decisión del pueblo de Cuba de no cejar jamás en sus empeños de justicia, pese a las adversidades presentes y futuras. A continuar la guerra, aún bajo la crisis que sufría la contienda, y la generalización de la paz en la mayoría de los territorios, y a hacer frente a la acometida de un ejército infinitamente superior en el sentido material de la palabra, fue el llamado de los protestantes de aquel 15 de marzo.

Finalmente, el hecho protagonizado por Antonio Maceo viene a significar la búsqueda incesante, y la preservación una vez alcanzada, de la independencia y soberanía absoluta de Cuba, el bien mayor que debe poseer todo cubano digno.

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