Las miradas se pierden, allá, a lo lejos, donde el horizonte nunca tendrá fin.
Tiernos surcos de lágrimas acarician los rostros. Los semblantes fuertes, abrazando un dolor que nada ni nadie podrá arrancar del medio del alma.
Las manos cobijan rosas rojas. Las llevan los abuelos, los padres, los hijos, los nietos.
Y es que una nación entera llora y recuerda en cada 7 de diciembre que se convierte en cada segundo del tiempo de cada día, de cada mes, de cada año, de la eternidad.
( Tomado de Radio Sancti Spíritus)