Silencio. Silencio total. Apenas una leve brisa acaricia las rosas de paso.

La conocida como Operación Tributo comprendió la repatriación de los más de dos mil combatientes cubanos muertos en misiones internacionalistas en África y su entierro el 7 de diciembre de 1989 en suelo caribeño.

Miradas húmedas. Miradas que atraviesan la frialdad de las lápidas de mármol gris que intentan atrapar la vida de hombres y mujeres con nombres propios, apellidos y mil historias por contar.

Es fría esta mañana de diciembre. Tan fría que se abre al calor de la memoria, del suceso, de la gloria que no habrá panteón ni tumba que silencie u olvide.

Marcos, Pedro, Agustino, Jorge, Manuel. Muchos nombres. Gigantes héroes.

Llegan flores sueltas, en puchas. Llegan de manos de rostros que dejan escapar amor en corrientes suaves desde el lagrimal de abuelas y abuelos, de papá y mamá, del nieto, del sobrino, de los hijos que hacen de la ausencia la sempiterna compañía entre corazones rotos y almas empinadas.

Es diciembre, pero es también cualquier día del año, cualquier minuto. Es Cuba, es África, es un escenario en otros parajes más allá de las fronteras. Y es también la vida toda y la posteridad.

Porque entre los fríos muros del mármol gris no ronda precisamente la muerte. Porque entre los muros grises un sendero de luz se abre y desde ellos aquellos hombres y mujeres, de nombres propios y apellidos, convocan a la batalla infinita por la dignidad humana.

Aunque por ella haya que dejar correr la sangre y dejar de respirar. Porque hasta con la muerte se construye, al fin, la vida.

Texto y fotos Oscar Alfonso Sosa

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